Espiritista de gran
corazón, criterio amplio, amigo de la cultura y de la ciencia, a la vez que
hombre de sentido práctico, fue Jean Meyer, el hombre
que mayor respaldo económico brindó al Espiritismo y a la
Metapsíquica europea e internacional durante las primeras tres décadas del
siglo veinte, ofreciendo buena parte de su fortuna para la
adquisición de edificaciones, realización de congresos, edición de libros y
revistas y el financiamiento de los más diversos proyectos de investigación y
experimentación, animación por la convicción de que la doctrina espírita ha de
estar sólidamente vinculada con el estudio científico.
Nació el 14 de julio de 1855, en Rickeu, Suiza germana, a
orillas del lago de Zürich, en el seno de una familia humilde de religión
protestante y apegados a una rígida disciplina. Su educación estuvo
muy marcada en ese contexto social y religioso, que mucho habrían de influir en
los rasgos de un temperamento sobrio y austero y severo en el cumplimiento de
la palabra y los deberes.
A los 18 años, se trasladó a Francia y se empleó en una casa comercializadora
de vinos en Nimes. Gracias a su elevado sentido de la responsabilidad, a su
empeño en el trabajo y a su visión para los negocios, llegó a convertirse en
unos años en un empresario de éxito y reunió una considerable fortuna.
La lectura de los libros de Allan Kardec y de León Denis le llevó a la
convicción espiritista. Comprendió rápidamente los alcances de la nueva idea,
la cual consideraba como una filosofía moral de nítida racionalidad y en perfecta
sintonía con las conquistas de la ciencia y se dispuso a brindar su respaldo a
favor de su divulgación y crecimiento.
En 1915, adquiere la propiedad de la Revue "Spirite", primera
publicación espiritista del mundo fundada por Kardec en 1858. Fue su director
hasta el momento de su desencarnación. En 1917, de acuerdo con León Denis y
Gabriel Delanne, fundó la "Unión Espírita Francesa", con
el propósito de agrupar a los centros y sociedades espíritas del país en un
órgano federativo, y facilitó su villa en París como domicilio social de la
entidad. Al año siguiente, creó el "Instituto Metapsíquico
Internacional" (I.M.I.), dedicado al estudio experimental de los
fenómenos psíquicos y mediúmnicos, e hizo la donación de un hermoso edificio,
en la Avenida Niel 89, para que allí funcionase. El I.M.I. fue asignado a la
dirección del eminente investigador Gustave Geley, y al año siguiente fue
reconocido como Asociación de Utilidad Pública por el gobierno
francés. Allí participaron los más revelantes estudiosos de las ciencias
psíquicas de la época como Charles Richet, Rocco Santoliquido, Eugene Osty,
Ernesto Bozzano, entre otros.
En 1923, entregó otra casa en el 8 de la rué Copernic, siempre en París, para
el funcionamiento de la Unión Espírita Francesa, la administración de la
Revista "Espírita", la Casa de los Espíritas y la Federación Espírita
Internacional. Entonces creó una gran empresa editorial: Ediciones
Meyer, que publicó durante años las más importantes obras de los
escritores espíritas y metapsiquistas de Europa. En 1924, participó en el
Congreso Espiritista Internacional celebrado en Liége, Bélgica, y es nombrado
vicepresidente de la Federación Espírita Internacional, cargo en el cual se
le ratifica en el siguiente Congreso celebrado en París al año siguiente.
En 1928, participó en el Congreso de Londres, presidido por el célebre Arthur
Conan Doyle, y allí anunció la donación de un capital de cuatro millones de
francos para la creación de la "Societé d' Etudes
Métapsychiques", y la continuación de la "Societé
d'Orphelinat Alian Kardec". La mano benefactora de Meyer se
extendía de manera anónima para auxiliar a quien lo requiriese. Muchos espíritas
de pocos recursos recibieron su apoyo generoso y solidario. Así, el ilustre
Gabriel Delanne, gloria de la ciencia espírita, pudo pasar decorosamente los
últimos años de su vida, en una casa propiedad de Meyer en Montmorency.
Jean Meyer no fue ni científico ni escritor, pero gracias a sus iniciativas, la
literatura y la ciencia espíritas brillaron como nunca en su tiempo. Fue un
hombre de acción, con un corazón inmenso, que colocó su fortuna al servicio de
los altos valores del espíritu. Soñaba con la unión entre todos los
espiritistas del mundo para integrar un movimiento fuerte, sólido, que conquistase
el respeto de la sociedad y de los gobiernos. Fiel al pensamiento
kardecista, siempre afirmó que el Espiritismo debía ser científico,
filosófico, moral, social y evolutivo, para que nunca se desviase
hacia los dogmatismos e inmovilismo de las doctrinas religiosas.
Falleció el 13 de abril de 1931 en su villa Valroses de Béziers, en
el sur de Francia, a consecuencia de un cáncer en los ojos. Conocida la triste
noticia, los espiritistas del mundo le rindieron toda clase de homenajes en
sus sociedades y revistas, enviando al unísono sus vibraciones de amor y
gratitud para el gran filántropo del Espiritismo.