César Lombroso nació en
Verana, Italia, el 6 de noviembre de 1835, descendiente, por el lado paterno,
de judíos españoles expulsados de su patria por los Reyes Católicos en 1492.
Tanto en sus estudios primarios como secundarios, dio muestras de aplicación y
amor al saber, revelando una inteligencia precoz. En 1858 se graduó de médico
en la Real Universidad de Pavia y posteriormente realizó estudios de
especialización en psiquiatría en la Universidad de Viena, 'Austria, y de
cirugía en la Universidad de Génova. En 1859 se alistó como médico del Cuerpo
de Salud Militar en la guerra contra Austria.
Desde su adolescencia se manifestó su vocación para las letras, y continuamente
sorprendía con escritos médicos, monografías, relatos históricos y sociales. A partir
de 1862 pasó a ejercer el magistrado en la Universidad de Pavia, en las
cátedras de antropología, medicina legal y psiquiatría. En 1905 creó el célebre
Museo de Antropología Criminal que llegó a convertirse en la más alta referencia
mundial en esa especialidad y sitio obligado de visita para estudiantes y
profesores de todo el mundo. Sus investigaciones abrieron novedosos caminos
para la comprensión de las enfermedades mentales y trastornos de la
personalidad y de la conducta, vinculados especialmente con el delito. En su
obra El Hombre Delincuente, publicada en Milán en 1876,
considera al criminal y al delito mismo como un producto atávico, herencia de
etapas evolutivas inferiores y por eso, exige que el delincuente sea
reconocido como un enfermo, a quien, en lugar de castigo, debe dársele tratamiento
adecuado y ser colocado en lugares donde no puede causar daño.
Gracias a sus teorías, se adelantaron reformas en la justicia penal imperante
en países europeos y americanos y se humanizó el tratamiento a los enfermos
mentales y a los delincuentes. La nota distintiva del método lombrosiano fue la
rigurosa observación de la vida en sus complejas interacciones, la afirmación
de que los hechos, directamente y bien estudiados, constituyen la base firme e
inquebrantable sobre la cual se asienta la Ciencia. Por todo ello, la historia
le reconoce como una figura fundamental de la psiquiatría y las ciencias
jurídicas así como el padre de la Antropología Criminal.
La marcha de Lombroso hacia el Espiritismo fue lenta y áspera. En su
opúsculo Estudio sobre el hipnotismo (Turín, 1882) ridiculizaba
las manifestaciones psíquicas, llegando -en sus propias palabras- "hasta
insultar a los espiritistas". Se burlaba del fenómeno de las "mesas
parlantes" extrañándose de que personas de mente sana se pudiesen prestar
a tanta charlatanería. Ya en 1888 publicaba un trabajo titulado: La influencia
de la civilización sobre el genio, en el cual se mostraba menos
intransigente. Decía: "Quien sabe si yo y mis amigos que nos reímos del
Espiritismo no estaremos equivocados". El momento crucial llegó en agosto
de ese año cuando el muy respetado intelectual italiano Ercole Chiaia, le
dirige una carta pública en el periódico Fanfulla della
Domenica, y le informa acerca de una "sensitiva" muy
especial con quien se producían los más extraños fenómenos y le invita, en un
desafío cortés, a presenciarlos para comprobarlos o negarlos. Se refería a una
napolitana analfabeta, de humilde condición social, llamada Eusapia Paladino.
Chiaia aceptaba que el encuentro se diese en cualquier ciudad
en cualquier lugar y le concedía plena libertad para que realizase las
experiencias con toda suerte de controles. "Mejores condiciones -decía- no
se podrían ofrecer ni a los caballeros de la Mesa Redonda".
Lombroso rechazó la invitación, alegando que su condición de científico no le
permitía asistir a trucos de prestidigitación. Sólo fue tres años después,
encontrándose de visita en Nápoles, cuando varios de sus amigos le contaron
acerca de las sorprendentes manifestaciones producidas por Eusapia. Habiendo
siempre luchado por la Verdad, y aguijoneado en su amor propio finalmente
acepta la invitación, pero impone estas condiciones: "No acepto sesiones
en la oscuridad, ni sesiones públicas, las experiencias han de realizarse a la
luz del día y en mi cuarto, en el hotel donde me hospedo, el día y a la hora
que yo establezca". Las sesiones ocurrieron en marzo de 1891, bajo todas
las condiciones por él impuestas. Allí ocurrieron diversas manifestaciones
mediúmnicas de efectos físicos, tales como ruidos, raps y levitaciones de
objetos.
A partir de ese momento, decidió Lombroso realizar una nueva serie de
experimentos y para ello invitó a un grupo de profesores ilustres, todos ellos
escépticos, a que presenciaran los fenómenos. En esas memorables sesiones se
repitieron los efectos físicos y se produjeron extraordinarias manifestaciones
ectoplásmicas, con materializaciones parciales o totales de los espíritus. Con
la honradez que le distinguía, escribió Lombroso en la Tribuna
Giudiziaria: "Estoy realmente avergonzado de haber combatido con
tanta tenacidad la posibilidad de los fenómenos llamados
espiritistas...". La sinceridad de esa confesión, era el primer testimonio
de su imparcialidad. La Verdad, para él, estaría siempre por encima de su propia
persona. Gracias a la confesión de Lombroso, una Comisión de ilustres
científicos italianos se reunió en Milán para realizar sesiones con Eusapia
(diecisiete en total) y concluyeron en un formidable documento que reconocía
la autenticidad de los hechos mediúmnicos.
En 1902, Lombroso vive la dramática y emocionada experiencia de observar al
espíritu materializado de su madre ya desencarnada, quien le habla con ternura
y con expresiones dialectales absolutamente desconocidas por la médium. La
evolución de su pensamiento, pasando progresivamente del más cerrado
escepticismo al reconocimiento del Espiritismo es uno de los más hermosos
capítulos en la historia del Espiritismo y es una verdadera lección para muchos
que, pontificando en nombre de la ciencia, se niegan al examen de los hechos
psíquicos y mediúmnicos.
El 19 de octubre de 1909 desencarnó en Turín, el ilustre Maestro. Tres meses
después apareció póstumamente su obra Hipnotismo y Espiritismo, testimonio
de sus convicciones y del proceso evolutivo que le llevó, ciencia por delante,
del materialismo al Espiritismo.